Cincuenta años después

Cincuenta años después

Emrique Obregón

Enrique Obregón V.

Hace treinta y un años, Rufino Gil Pacheco, uno de los más auténticos social demócratas que todavía quedan en Costa Rica, escribió un interesante artículo sobre las elecciones en nuestro país, y del cual entresaco las siguientes frases. «Para el costarricense, el darse libremente sus gobernantes, es un derecho sagrado, y lo ha conquistado, inclusive, con su sangre, la libre voluntad de! sufragio es toda una institución. Décadas y décadas trabajando en su pulimento, porque para el costarricense es su gran conquista, en ella está una parte de su ser. ¡Su voto no puede ser robado!. ¡Ni vendido!, ¡Ni comprado!. Es de él, le pertenece y libremente ha de ser entregado el día de las elecciones«.

Madurez política democrática

Para los costarricenses de hoy, para los jóvenes de nuestro tiempo, esto es totalmente natural. Nacieron a la vida política con esa realidad, todos, ciudadanos y autoridades, respetan la libertad de elegir, la paz de Costa Rica, en gran medida, se debe a ese respeto. Con el transcurso de los últimos cincuenta años, nos hemos acostumbrado a soportar la pérdida de nuestra agrupación política y a tolerar el triunfo de nuestros contrarios. Eso se llama madurez política democrática. Al iniciar los primeros pasos del siglo XXI, ningún costarricense se atrevería a levantar su brazo armado pretendiendo anular el resultado de unas alecciones nacionales. Durante la segunda mitad del siglo XX aprendimos una elemental lección de conveniente armonía democrática, gobierna el partido político que obtiene la mayoría y éste, a su vez, se compromete a respetar el derecho de las minorías.

Este espíritu que señala hacia esa forma de vivir en paz, justicia y libertad, que es lo que entendemos por democracia, ha estado presente a lo largo de toda nuestra historia, desde el primer día en que decidimos aceptar nuestra existencia como un Estado independiente y soberano. Pero, desde 1821 hasta 1948, hubo una separación entre las aspiraciones democráticas del pueblo y la realidad. Golpes de Estado, cuartelazos y fraudes electorales marcaron la tónica con algunos oasis de relativa seguridad democrática.

Voto por el futuro

La revolución de 1948 fue el último movimiento armado que ha tenido lugar en Costa Rica para obligar a las autoridades a respetar el voto libremente emitido en la urna electora!. Durante el transcurso de esta lucha armada, los costarricenses aprendimos lo que señala acertadamente Rufino Gil: el voto no puede ser robado, ni vendido, ni comprado. El voto decide, escoge y rechaza, pero también exige. Y esto es algo que igualmente hemos aprendido. El ciudadano, al votar, otorga un poder al gobernante pero, al mismo tiempo, le exige que ha de realizar un cambio durante el ejercicio de ese poder. De esta manera, el voto no es un voto por el pasado; es siempre un voto por el futuro.

Entonces comprendimos, a partir de 1948, que la democracia tenía una dimensión que sobrepasaba esa condición de elegir simplemente, porque estaba imponiendo, asimismo, la obligación de conquistar nuevos derechos y libertades en los amplios campos de lo económico y social. En consecuencia es que se nos convoca solamente para elegir, sino que elegimos para operar un cambio desde el poder. El gobierno democrático ha de garantizar siempre una nueva conquista social y económica, de lo contrario, se aparta del mandato popular y se convierte en antidemocrático. La legitimidad que da consistencia al gobierno de los pueblos no es solamente legal; también es moral. Este sentido ético es trascendental, porque el gobernante que no cumple con su palabra de transformar la sociedad, de realizar los cambios necesarios y posibles, traiciona las más puras aspiraciones del pueblo.

La herencia de Figueres

Esta es la herencia sagrada que los costarricenses hemos recibido de José Figueres Ferrer, de todos los que lucharon y murieron por la democracia de este país, y del Partido Liberación Nacional. Es decir, un estado de conciencia nacional que nos permite saber lo que necesitamos y la forma de obtenerlo.

En su libro «Las raíces del Partido Liberación Nacional», dice Daniel Oduber que «hasta 1940 llegaron entrelazándose, a veces fortaleciéndose, a veces debilitándose, tres líneas muy claras de pensamiento político nacional: la democracia liberal; la intervención del Estado en la economía, que iniciada levemente en esa democracia liberal, obtuvo sus más grandes fuerzas en el gobierno de González Flores; y la gran parte que representa el socialismo costarricense. Yo diría que ese socialismo costarricense existe también desde los albores de nuestra Historia, y marca su punto culminante en la gesta de Jorge Volio».

Es interesante lo que expone el recordado amigo Oduber, porque es ia herencia que ha defendido siempre el Partido Liberación Nacional: la democracia política de! liberalismo, la intervención del Estado en la economía y la lucha por la justicia social y la solidaridad del socialismo.

Liberación y el desarrollo

La sociedad que hoy tenemos en Costa Rica es completamente distinta a la que existía antes de 1948. Todos los adelantos que disfrutamos en educación, salud, vivienda, energía eléctrica, carreteras —de mayores oportunidades en general— se deben al Partido Liberación Nacional. Solamente pensemos en un detalle. Antes de la Revolución del 48, los hijos de los campesinos apenas tenían acceso al primero o segundo grados de la escuela primaría, y jamás a la secundaria y la universitaria. Hoy, los colegios y universidades tienen centros en todos los cantones del país, aún en los más alejados. Es por esta razón que hemos apreciado cómo, desde hace más de treinla años, la mayor cantidad de profesionales -médicos, ingenieros, abogados, maestros- proviene del sector rural. El socialismo democrático integró el campo a la ciudad y dio oporunidades exactamente iguales para todos.

Hace pocos meses visité a un amigo en Pérez Zeledón, campesino que vive en las montañas cercanas al Cerro Chirripó, y en la conversación del café con tamal asado, me hizo la siguiente observación: «Cuando usted y yo nos conccimos, hace sesenta años aquí no teníamos escuela, ni electfcidad, ni cañería, ni caminos. Éramos un pueblo totalmente abandonado. Hoy llega usted a la puerta de mi casa en automóvil, yo veo la televisión al atardecer y mis hijos van a la uriversidad. Ciertamente los tiempos vuelven a ser difíciles y los campesinos nos sentimos otra vez abandonados. Pero pienso que ahora es distinto y que nosotros tenemos una fuerza que antes no teníamos. Ahora, si queremos, se nos escucha, y si presionamos, tendrán que ayudarnos«.

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