Discurso Daniel Oduber II Congreso Nacional Francisco J. Orlich

Daniel Oduber

PARTIDO LIBERACION NACIONAL

II CONGRESO NACIONAL
FRANCISCO J. ORLICH

Daniel Oduber
8 de mayo de 1981

Sr. José Figueres
Sr. Luis A. Monge
Sres. Comité Político Nacional
Sres. Directorio Político Nacional
Sres, Secretaría de; Planes y Programas

Compañeros,

Hoy hace treinta y tres años llegó al Poder la Junta Fundadora de la Segunda República, primer Gobierno del movimiento de Liberación Nacional. Al inaugurar este Segundo Congreso Nacional Francisco J. Orlich, venimos a reiterar nuestra profunda devoción al estudio, a la autocrítica y a la creatividad doctrinaria, que ha hecho posible que, en esos años, Liberación Nacional haya sido el creador de ideas e instituciones en Costa Rica. Sus enemigos han tenido que jugar el triste papel negativo de anti-liberacionistas, tratando de destruir nuestra creación y nuestras ideas. Al tratar de destruir nuestras realizaciones las han fortalecido, ya que nos ha hecho ver con claridad lo bueno y lo malo de nuestra obra de un tercio de siglo. Nos han permitido -a través de jornadas como éstas- preparar el futuro de nuestro movimiento social, ratificando nuestras ideas y aprestándonos para llegar al Poder, dentro de un año, a continuar con la tarea de cambiar la sociedad costarricense hacia una sociedad más justa.

El 1º de abril de 1948, en las montañas de Dota, un grupo de hombres, que formaba el Ejército de Liberación Nacional, lanzó una proclama al país en la que dijo:

«El día que terminemos la guerra contra la mala fe, iniciaremos una nueva guerra: la guerra contra la pobreza».

Se fijaban así, claramente, ante el país, las metas que se proponía alcanzar el Movimiento de Liberación Nacional, organizado en primer término, para hacer respetar las instituciones electorales de Costa Rica. Se luchaba por la democracia, pero por una democracia que propugnara la eliminación de la pobreza en Costa Rica.

La formación de este movimiento había requerido muchos años, aunque venía fortaleciéndose con el pensamiento de muchos grupos y personas. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se estaba desarrollando en el país una conciencia clara de que la vieja democracia liberal, en la que el fraude y la maniobra electorera eran normales, se estaba debilitando, hasta llegar a su desintegración total en el período de 1940 a 1948. Muchos de los que ya pensábamos en el futuro de Costa Rica, empezamos a hablar de una nueva democracia que estuviera imbuida de un profundo sentido social.

En esta Segunda Proclama se define nuestro pensamiento: no se trataba únicamente de volver a establecer la democracia política en Costa Rica, sino de fortalecerla para que llegara a ser capaz de emprender una guerra contra la pobreza; ideal que aún nos anima y nos animará siempre.

No estábamos inventando una doctrina política, sino recogiendo los ideales y el pensamiento de cientos de costarricenses ilustres que, desde el siglo XIX, proclamaban la necesidad de un cambio social en el país que evitara la excesiva concentración de nuestra pequeña riqueza, en manos de uno pocos. Las luchas contra la injusticia, contra los monopolios, contra la propiedad feudal especulativa, etc., aparecen a lo largo de nuestra historia republicana; pero se acentúan en las primeras décadas del siglo XX, Aún los viejos liberales, como Ricardo Jiménez, reclamaban una democracia de amplia contenido social, una posición digna contra el imperialismo y un ataque frontal a los pequeños reductos oligárquicos, que habían ido apoderándose del comercio, de la banca y de los partidos políticos, Cuenta Eugenio Rodríguez, en su excelente obra «Los días de don Ricardo», que poco antes de su muerte don Ricardo afirmaba que el mundo debía encaminarse hacia:

«Una democracia liberal, económicamente socialista, una vuelta del hombre a los días felices de la leyenda en que no había tuyo ni mío, sino bienes comunes para la comodidad común… el país necesita una revolución hacia la justicia. Lo humano y lo natural es que el privilegio no exista… los privilegios de la casta, del dinero, de la cuna, son lesivos a la dignidad humana».

También cabe citar aquí algunas ideas de don Julio Sánchez, uno de los más grandes empresarios nacionales, que en la primera mitad del siglo XX desarrolló sus grandes fincas en Heredia, Puntarenas y Guanacaste, y quien en el año 1930, hablaba así: «La tierra debe ser, en realidad para quien la cultiva, no para quien tenga la escritura».

«Yo poseo bastante, pero de lo que estoy convencido es de que uno no necesita más tierra que el pedacillo donde lo han de enterrar».

En 1948 no estábamos olvidándonos de las grandes luchas de nuestros liberales, por una democracia política, sino insistiendo en darles el contenido social y económico a que ellos mismos aspiraban.

La Liga Cívica, el Partido Reformista, los intelectuales y los educadores, formados en la antigua Escuela Normal, nos mostraban el camino, en sus clases, escribiendo en la prensa o editando folletos o libros. El amor a la tierra, el amor a nuestros valores campesinos tradicionales, la búsqueda permanente de lo nuestro que concordara con los grandes movimientos sociales de la época, formaban el quehacer constante de quienes, desde el aula o desde la prensa, tronaban contra las jugarretas electoreras de la época y contra el dominio financiero de los partidos políticos en su propio beneficio. Se hablaba de sindicatos, de cooperativismo, de la reforma universitaria de Córdoba de 1918, de la Revolución Mexicana, de la fundación del APRA y de los libros de Haya de la Torre. San José, pequeño pueblo en el centro de América, se hacía famoso por las actividades intelectuales que se vivía y por la visita de hombres ilustres, que nos traían ideas nuevas.

La experiencia de 1917, con la Presidencia de Alfredo González Flores, vino a sacudir las viejas estructuras de la democracia liberal y por primera vez empezamos a entender que la política debe estar más y más ligada a la dirección de la economía nacional. Para los viejos liberales esto era una apostasía. Que a algún estadista costarricense se le ocurriera pensar que el Estado tenía algo que ver con la economía del país, era para ellos, similar a los escritos de Lutero o a las teorías de Darwin. Y, desde luego, lo arrojaron al Poder. Pero, en el trasfondo del alma nacional, empezó a gestarse la convicción política de que el Estado debe proteger a las grandes mayorías, trazando las líneas del desarrollo económico. Veintidós años después del golpe de estado que derrumbó a González Flores se abría la Universidad de Costa Rica, y con ella la Facultad de Ciencias Económicas, que nos puso a todos a estudiar y a analizar profundamente las causas que más incidían en nuestra economía.

Un jefe de la Iglesia se atrevió a despegarse del «statu-quo» y se lanzó al asalto de viejas formas injustas de nuestra sociedad. Monseñor Víctor Sanabria, historiador ilustre y, como tal, conocedor del pueblo costarricense, conmovió las formas mentales rígidas de los costarricenses al proclamarse defensor incondicional del cambio social. El aporte intelectual que dio a ese cambio, actualizando para nuestro país la doctrina social de la Iglesia Católica, es otro gran capítulo de la historia anterior a 1948 y precursor indudable del Concilio Vaticano II y de las grandes conquistas de la Iglesia Católica Latinoamericana, en Medellín y Puebla. También fue incomprendido y vituperado, y si algunos hubieran podido hacerlo, lo expulsan de su función o de su país. González Flores y Sanabria nos dieron, a quienes apenas éramos estudiantes, la gran inspiración que nos llevaría a la lucha política de 1941.

Grupos de estudiantes formábamos la Asociación de Estudiantes de Derecho, en 1939, y el Centro para el Estudio de Problemas Nacionales, en 1941, La revista Surco, que había nacido en San Ramón, fue convertida en vocero de nuestras ideas, Angel Coronas, Carlos Sáenz Herrera y otros costarricenses ilustres formaban grupos de estudio y hacían encuestas de opinión pública, sobre los problemas nacionales. En el campo de acción política, Rafael Sotela, con su Radio Titania, nos daba espacio y ánimo para plantear nuestras ideas. Otilio Ulate nos cedía el Diario de Costa Rica. León Cortés daba campo a jóvenes cortesistas, como José Figueres, Francisco Orlich, Alberto Martén y otros, para que -en el seno del Partido Demócrata- se formara un grupo renovador, Acción Demócrata, que luchaba por tesis similares a las nuestras.

El Partido Comunista de Costa Rica, invitado a gobernar por los viejos políticos de una democracia decadente, aprovechaba su pasada por el Gobierno para afianzar en su diseño leninista de destrucción del sistema democrático y en la implantación de la dictadura roja de su partido. Ante ellos, la figura venerable de Sanabria planteaba, sin falsas estridencias la lucha en el campo sindical y cooperativo, enviando a jóvenes católicos a estudiar estas disciplinas, para fundar, luego, los movimientos que pondrían fin a las pretensiones comunistas de monopolio sindical.

Al mismo tiempo que esto sucedía, bullían en nosotros las grandes ideas revolucionarias de la época. Nos dábamos cuenta de que, con sólo volver los ojos a nuestros propios valores y tradiciones, todas las ideas que recibíamos del exterior encontrarían en Costa Rica el campo fértil para formar una sociedad sin miseria y con absoluto respeto a las formas democráticas de Gobierno, Nos sentíamos más costarricenses cada día, y con pasión rechazábamos cualquier intento de enajenar nuestra soberanía, Con la misma pasión que luchábamos contra los monopolios extranjeros, en el negocio del banano, en los ferrocarriles, en el servicio eléctrico, en el campo minero, etc., luchábamos contra el monopolio político que representaba el imperialismo comunista. Eramos costarricenses, teníamos ya suficiente capacidad para determinar cuáles eran nuestras ideas, nuestros programas y nuestros proyectos. Creíamos, como don Ricardo Jiménez, en una Costa Rica democrática, con una economía socialista, pero sin traer de afuera fórmulas estereotipadas en lo político o en lo económico, sino sacándolas de nuestra propia historia, respetando nuestro espacio-tiempo histórico, tal como lo aconsejaba Haya de la Torre. Dimos así, en 1945, el paso para formar un pequeño partido, el Social Demócrata. Al decir social-demócrata sabíamos lo que decíamos: un partido costarricense, profundamente democrático, de contenido social, que vendría a ser el partido doctrinario y permanente que queríamos copiar de aquellos partidos europeos en donde veíamos que la democracia funcionaba mejor.

Con motivo de la creación de la Universidad de Costa Rica, y como consecuencia del gran impacto de las ideas nuevas de la pos-guerra, en Costa Rica se fortalecía el mensaje de González Flores y, en lo político, se abrían al análisis las circunstancias que determinaban la situación económica del país. Los que ya teníamos pasión por la política nos dábamos cuenta, poco a poco, de que no podíamos profundizar en el estudio de los problemas nacionales -como lo estábamos haciendo, sistemáticamente, desde 1941- sin un conocimiento básico de la Economía, Rodrigo Facio, líder natural de nuestros grupos de estudio, se convirtió prontamente en el gran expositor de las ideas económicas. Empezaba a formarse, a su alrededor, una pléyade de compañeros que, en la Universidad o fuera de ella, se dedicaban al estudio de estos problemas, En el Ideario Costarricense, publicado en 1943, que cité antes, se nota ya el dominio de las corrientes económicas modernas. Creo que, desde entonces, no se concibe un análisis político nacional que deje de lado el campo económico.

Las ideas sociales que se esbozaron en la reforma iniciada por los gobiernos de los años 40 conmovieron el pensamiento nacional, ya que, aunque sólo eran una sinopsis de las grandes corrientes de pensamiento social costarricense de épocas anteriores, vinieron a formar un cuerpo jurídico e institucional que, con las Garantías Sociales, el Código de Trabajo y la Caja Costarricense de Seguro Social, trazaban a Costa Rica un nuevo rumbo, muy alejado de la vieja democracia liberal que agonizaba. Se acababa una democracia política formal, muerta desde dentro por sus propios vicios, y se iniciaba, en el papel, una reforma social que vendría a causar convulsiones trágicas en la sociedad costarricense, pues quienes patrocinaban la reforma social desde el poder decían al país que, para llevarla a cabo, habría que detener la democracia política. No ofrecieron mejorar la democracia, como era lo lógico, sino terminarla, quedándose ellos en el poder bajo el pretexto de consolidar la reforma social.

En el campo de lo social, fuimos descubriendo, poco a poco, la gran línea de pensamiento que desde la época de la Colonia conformaba el pensamiento político nacional y donde la Doctrina Social de la Iglesia se había hecho consubstancial con el ser costarricense. La lucha contra el privilegio, la lucha por una sociedad igualitaria y la lucha por eliminar la pobreza, no eran patrimonio suyo, como pretendían unos cuantos de los que predicaban el marxismo en el país, sino la actitud permanente de varias de nuestras generaciones que lograron introducir las ideas de justicia social en la conciencia nacional. Monseñor Sanabria fue, muchos años antes del Concilio Vaticano II, quien mejor conoció este sentimiento nacional y quien tuvo el valor de presentarlo al país, aún en el momento en que la crisis de una Guerra Mundial golpeaba nuestra economía, Nuestra generación de entonces tomó esa bandera para alcanzar esa democracia nueva, en la que se lucharía contra la injusticia y la miseria; objetivos que ya nos habíamos trazado, desde los campos de batalla.

Lograda la paz, con la victoria del Ejército de Liberación Nacional, en abril de 1948, se instaló un gobierno de transición: la Junta Fundadora de la Segunda República, que tendría como objetivo primordial instaurar esa nueva democracia. Los decretos de la Junta, las publicaciones de su Presidente, don José Figueres, los artículos reportajes y demás intervenciones que se hicieron durante esos dieciocho meses, son material histórico permanente, que debe servir siempre de inspiración para los programas de nuestro Partido.

Aún cuando en lo económico y en lo social logramos sentar las bases de la Segunda República, en lo político nos fue negado mejorar el instrumento básico que serviría de sostén a todas estas instituciones y programas, pues los intereses políticos mezquinos de las fuerzas conservadoras del país veían en nuestros planteamientos, para una nueva constitución, una limitación a sus tradicionales privilegios, de la misma manera en que veían la nacionalización bancaria, el rescate de nuestras fuentes de energía eléctrica, el control de precios de artículos esenciales, por medio del sistema de reservas en el Consejo Nacional de Producción, la modernización de nuestro sistema educativo, el Régimen de Servicio Civil, la Contraloría, la sujeción a los mejores intereses nacionales de las actividades bananeras foráneas, el fortalecimiento del Poder Judicial y el mejoramiento del sistema electoral, etc. Nuestro proyecto para una nueva Constitución Política fue rechazado para volver a la estructura política de 1871 que, con unas pocas reformas, vendría a servir de base para la nueva sociedad que estábamos creando. Se debilítaba así, todo el impulso que dábamos para crearle a las nuevas instituciones una base político-jurídica sólida que las defendiera de los reiterados ataques de los representantes de las viejas estructuras, que no cesaban en su empeño de volver al poder para usarlo en su exclusivo provecho. La fuerza y la bondad de nuestras ideas se probaron aisladamente con la creación de esas instituciones, aunque empezó a revivirse toda una urdimbre de artículos constitucionales, leyes y reglamentos anteriores a 1948, con el objeto de detener nuestro impulso creador. Fue en esos primeros meses de Gobierno de la Junta Fundadora, cuando empezó a formarse lo que posteriormente se conocería como anti-liberacionismo, movimiento que se aprovecharía, desde entonces y hasta hoy, de la democracia política fundada y defendida por nosotros, al organizarse en partidos políticos ocasionales y en grupos de presión permanentes que buscarían destruir la obra de Liberación Nacional.

El triunfo indiscutible de esas fuerzas negativas fue en la Asamblea Nacional Constituyente de 1949, cuando lograron volver el país al marco jurídico de hace más de cien años. La base misma de nuestra conquista fue debilitada hasta el extremo, pese al esfuerzo de compañeros que en esa Asamblea procuraron, con numerosas reformas parciales, mantener algo de nuestra creación. Lo que ahora está viviendo el país -la agonía de nuestra creación de hace tres décadas- no es más que el resultado de treinta años de lucha constante de fuerzas negativas contra las ideas y proyectos de Liberación Nacional. Durante esos treinta años nosotros hemos creado, pero ellos han destruido. En todos esos años, mientras Liberación Nacional desarrollaba sus ideas, ellos sólo supieron combatir a Liberación Nacional y tratar de aprovecharse del poder momentáneo que obtuvieron en 1978, para lanzarse a la destrucción del sistema, implantado por el liberacionista, buscando sólo volver a la Costa Rica anterior a 1948, en la que, con las banderas desteñidas del «liberalismo» en la economía, se retornaba a la explotación del hombre por el hombre, y a la pobreza creciente de los grupos mayoritarios del país, en beneficio de unos pocos. Liberación Nacional por angustia, por cansancio, o en algunos pocos casos por cálculo, no ha sabido defender su obra. Es a ustedes, miembros de este Congreso, a quienes corresponde organizarse para enfrentar esas fuerzas negativas -tal como se hizo en 1948 y 1949- y mostrar que nuestro Partido se ha reagrupado para el contraataque, con base en los mismos principios que nos justificaron hace cuarenta años, Tenemos las ideas y la mística necesarias para mejorar lo que hicimos y para terminar la tarea que iniciamos de hacer una democracia eficiente, que nos permita acabar con la pobreza en unos decenios más. Del estudio de los 28 meses de la Junta Fundadora de la Segunda República, de nuestras ideas y de las ideas de quienes nos atacaron, aparecerá claramente cuáles son las dos grandes corrientes que deben debatirse en el país.

No salimos satisfechos de la Junta, en noviembre de 1949, Al instalar el primer Gobierno Constitucional de la Segunda República, don Otilio Ulate de Presidente, teníamos la sensación de que mucho habíamos avanzado, pero que nos quedaba mucho por hacer. En 1950, viendo cómo se estructuraba la campaña para destruir lo que habíamos logrado crear, y que cada vez se hacía más fuerte, decidimos formar un partido político moderno para defender la obra de la Junta y para tratar de volver al poder para concluirla. Estudiamos durante todo el año 1951, revisamos nuestras ideas, cotejamos experiencias, hablamos con mucha gente en el país y fuera de él y nos acercamos a todos los grupos afines, Continuamos estudiando, cada vez con mayor profundidad, las ideas de las democracias modernas, del socialismo cristiano, de la social democracia, del neo-liberalismo, las corrientes del materialismo histórico y la tecnología moderna. Hablamos de todo y con todos para ver cuáles ideas se adaptaban a Costa Rica para impulsar su desarrollo. Poco a poco, después de largas discusiones, fueron saliendo, uno a uno, los artículos de la Carta Fundamental del Partido Liberación Nacional, documento básico que recoge nuestro ideario y nuestros programas y proyectos. Recuerdo, con nostalgia, aquellas discusiones en las que muchas veces nos deteníamos largas horas penetrando en el significado de alguna palabra. La discusión para definir la diferencia entre miseria y pobreza, por ejemplo, nos llevó horas. Por medio del Rev. Benjamín Núñez, recibíamos de Monseñor Sanabria textos claros sobre la doctrina social de la Iglesia. A través de libros, hoy clásicos, nos llegaba el pensamiento del laborismo inglés, de los socialistas franceses, de los pensadores alemanes, De Haya de la Torre nos venía toda la visión de lo que era esta América Latina convulsa y en formación. Seguíamos con inmenso interés el desarrollo de la Revolución Mexicana, del New Deal de Roosevelt, del liberalismo colombiano y del pensamiento de los universitarios argentinos, Mucho hablamos sobre el comunismo marxista, sobre el socialismo totalitario, sobre el totalitarismo militar, sobre el fascismo rojo y sobre el fascismo negro. Y todo dentro de una pasión costarricense que nos hacía comprender, poco a poco, que éramos los herederos fieles de esa línea de pensamiento revolucionario y permanente que siempre estuvo contra la injusticia y el privilegio en nuestra historia. Fuimos analizando, uno a uno, a los grandes costarricenses de nuestra etapa republicana, para descubrir en ellos los antecedentes de nuestra pasión social. Hace treinta años, concluida ya nuestra Carta Fundamental, la promulgamos con orgullo en la finca La Paz, en San Ramón,

Tres grandes corrientes de pensamiento se hermanaron en las ideas y principios que sustentan la Carta Fundamental de 1951: la tradición costarricense multidoctrinaria que ha buscado cambiar el sentido de la democracia política anterior a 1948; la corriente social, dominada por el pensamiento social cristiano, fortalecida con los grandes conceptos de las encíclicas papales, y una concepción nueva de la economía, que se integra férreamente a los conceptos políticos, para sentar las bases de una sociedad, entrelazándose en un haz que colocó al Liberación Nacional entre los partidos social demócratas europeos, liberales norteamericanos y populares de la América Latina, A partir de ese momento, nuestro movimiento afianzó su posición: no era simplemente un partido electoralista más, sino que se había constituido en un movimiento que no aspiraba sólo a gobernar y administrar a Costa Rica, sino a mejorar los fundamentos de la sociedad costarricense.

Desde entonces, existen solamente en Costa Rica dos partidos modernos: Liberación Nacional con sus postulados democráticos, y el partido comunista que ha usado diferentes nombres en estos treinta años, Los demás han sido grupos y alianzas formados ocasionalmente para alcanzar el poder y parar detener el cambio realizado por Liberación Nacional en beneficio de la sociedad costarricense.

En el Preámbulo de la Carta Fundamental evidenciamos nuestra conciencia de ser costarricenses:

«Desde los orígenes de nuestra historia ha existido, evidentemente, la necesidad de crearle al hombre costarricense condiciones favorables para que realice su pleno desarrollo mediante el aprovechamiento adecuado de los recursos materiales y espirituales de nuestra Nación.

Diversos hombres y grupos, conscientes de esa necesidad, contribuyen con sus esfuerzos y sus ideas, a sembrar en el alma nacional un conjunto de aspiraciones, que en parte se han realizado, por el bienestar integral del pueblo de Costa Rica».

Mostramos, también, nuestra determinación de no dejar sin consecuencias el gran sacrificio que hizo Costa Rica al rescatar la democracia política y la de llegar a cumplir las promesas de la II Proclama de la obra de a Junta Fundadora de la Segunda República:

«Aquel sacrificio demanda la fundación de un movimiento social permanente que asuma la responsabilidad de llevar a cabal cumplimiento esta tarea».

Treinta años han transcurrido, desde que hicimos ese juramento, y el movimiento social permanente, a que nos referimos, ha venido o ser una realidad nacional, luchando siempre por los ideales de nuestra Carta: un partido político, junto a docenas de sindicatos y cooperativas y a miles de asociaciones comunales y regionales, que han venido formándose para llevar adelante esta lucha de fortalecimiento de los principios de nuestra Carta Fundamental. Así, paulatinamente, Liberación ha tratado de ser cada vez menos maquinaria electoral, pero cada vez más un partido político moderno, un movimiento social que lleve a Costa Rica a tener una sociedad más rica, igualitaria y más justa. Continuar esa lucha es el objetivo principal de nuestra vida y de nuestra diaria acción,

Llegamos a concluir en la necesidad de definir conceptos básicos. Los que aparecen en el Capítulo I de la Carta: HOMBRE, DERECHOS DEL HOMBRE, LIBERTAD, SOCIEDAD, BIEN COMUN, ESTADO, DEMOCRACIA, FAMILIA, PROPIEDAD, TRABAJO Y EDUCACION.

Ya José Figueres, en su primer obra conocida, «Palabras Gastadas», nos había llamado la atención sobre los problemas que surgen con el mal uso de las palabras, Monseñor Sanabria nos alertaba contra el «nominalismo». Así, decidimos definir posiciones al definir palabras y, si reparamos con atención en cada uno de los conceptos citados, nos daremos cuenta de que toda nuestra Filosofía Política está definida en este Capítulo I. Veamos algunos ejemplos, para no alargar la tarea de analizar cada uno de ellos:

«PROPIEDAD: Deben reservar al Estado aquellas formas de propiedad que entrañen un dominio tan grande que no pueden dejarse, sin perjuicio, en manos de particulares».

En la Encíclica Mater et Magistra, 114, leemos:

«también el Estado, y las otras entidades públicas puede, legítimamente, poseer en propiedad bienes instrumentales, especialmente cuando llevan consigo un poder económico que no es posible dejar en manos de personas privadas sin peligro del bien común».

Cuando la Junta Fundadora de la Segunda República decidió que la propiedad de los bancos comerciales pasara al Estado, para lograr que los depósitos se destinaran al desarrollo del país y no a la especulación y al enriquecimiento de unos pocos, estábamos situándonos, claramente, en la línea de pensamiento social cristiano; pero netamente costarricense, como lo afirmaban Alfredo González Flores, José Figueres y Rodrigo Facio, para mencionar sólo algunos nombres.

Y, para no extendernos, citaremos un párrafo de la Encíclica,

POPULORUM PROGRESSIO:

«Por desgracia, sobre esas nuevas condiciones de la industrialización ha sido construido un sistema que considera el provecho como motor esencial del progreso económico, la competencia como ley suprema del la economía, la propiedad privada de los medios de producción como derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno que conduce a la dictadura fue denunciado por Pío XI… No hay mejor manera de reprobar un tal abuso que recordando solemnemente, una vez más, que la economía está al servicio del hombre».

Esta corriente se destaca en un párrafo de la Carta (9,4) que dice categóricamente:

«La actividad económica es de utilidad pública y debe organizarse racionalmente con miras al bienestar general».

Tal filosofía se encuentra definida, claramente, en ]a obra de José Figueres «El hombre justo», cuando hace el contraste entre «ánimo de lucro» y «espíritu de servicio».

El concepto de Bien Común no sólo es esencial dentro de la Doctrina Social de la Iglesia, sino que es parte consubstancial con la sociedad costarricense desde sus orígenes. Creemos que si se analizan las ideas y el pensamiento costarricense de todas esas décadas, se verá que el bienestar general se ha buscado siempre en cada una de las acciones políticas planteadas por Liberación Nacional, desde sus inicios. Dar contenido económico al concepto de libertad -que en las primeras etapas de nuestra República fue sólo una intención romántica- ha sido objetivo primordial de nuestro movimiento, como muestra el Capítulo II de la Carta que apenas hemos comentado,

Un texto que debe ser objeto de estudio permanente, pero que no quiero analizar aquí, por lo extenso del tema, es el Proyecto de Constitución Política que la Junta Fundadora de la Segunda República presentó a consideración de la Asamblea Nacional Constituyente en febrero de 1949. Todos los temas son de gran importancia, pero los que se refieren a la Propiedad Privada y a la Economía y a la Propiedad del Estado, muestran claramente la intención de llevar la democracia costarricense hacia un nuevo concepto de mejoramiento económico y justicia social (Título IV, Capítulo V y Título V, Capítulo k). Las fuerzas conservadoras que deseaban volver a la Costa Rica del siglo XIX lograron, en parte, su propósito al hacer que la Asamblea Constituyente desechara el proyecto de la Junta y tomara como base de discusión la Constitución Política de 1871. El fundamento constitucional de todo el cambio económico y social, que proyectó la Junta Fundadora, quedó en el aire; a pesar, repito, de las enmiendas que sobre ella logró introducir un grupo de diputados. De esa manera, el andamiaje institucional que se creó entonces resultó endeble y, como desgraciadamente se ha visto en estos tres años, sujeto a una destrucción, si no establecemos prontamente la base constitucional que no se acogió en 1949. Los conceptos que se hicieron realidad institucional, por iniciativa de la Junta, aparecen ahora débiles en sus bases y provocan muchas de las fallas que venimos observando. No obstante las apreciaciones expuestas, debe quedar claro, ante ustedes, que el pensamiento liberacionista consignado en los documentos que he citado someramente, se muestra una doctrina de gran consistencia, durante los últimos cuarenta años. Costa Rica ha cambiado de manera espectacular, gracias al empuje que nuestro movimiento le ha dado al país.

Para analizar el Capítulo III de la Carta es preciso un vasto conocimiento de la doctrina social de la Iglesia Católica, del pensamiento socialista democrático europeo y de los pensadores latinoamericanos que nos han inspirado. Ya el contraste entre el incentivo de lucro y espíritu de servicio, analizado por José Figueres -al que me referí antes- está incluido en el artículo 2º de ese texto, y se consigna en todos los demás artículos la convicción clara, de quienes fundamos este movimiento, de que el mejoramiento de la actividad económica debe ser paralelo a una justa distribución de la riqueza. En el curso de estos años, algunos compañeros nuestros han olvidado estos principios fundamentales, por lo que debemos hacer énfasis en que no nos es dable apartarnos de esos principios, particularmente porque en estos últimos treinta y dos años, a pesar de la mala fe de nuestros adversarios, han probado su eficacia en la transformación de Costa Rica:

«La empresa privada es el instrumento adecuado para que el hombre costarricense ejerza su iniciativa y desarrolle su personalidad; en esa virtud merece el apoyo y el estimulo de la comunidad. El organismo estatal autónomo es la institución apropiada para el ejercicio de actividades económico-sociales de servicio público, y para el desempeño de aquellas que tengan características de monopolio. Debe buscarse la combinación eficiente entre los productores privados y los organismos económico-sociales que los regulan, ayudan y fomentan…

Las erogaciones destinadas a educación, salud pública y seguridad social, no son gastos sino inversiones reproductivas espiritual y materialmente».

Resuenan, al oír estos párrafos, palabras y textos de muchos costarricenses ilustres, que nos inspiraron para darle esa dirección al país. Entre Alfredo González Flores y José Figueres hay una clara orientación doctrinaria, que se plasmó en ideas y realizaciones, y es evidente la línea social cristiana entre Monseñor Sanabria y nosotros; fuerza vital de nuestras mejores tradiciones nacionales. A cada uno de los autores que consultamos y leímos en Europa, América y Costa Rica, les podemos mostrar esta nueva Costa Rica que, aún en lo más profundo de una crisis, ve con esperanza el futuro promisorio que le garantizan nuestras ideas y nuestros programas.

Somos los herederos de todo este acervo de ideas y proyectos, que bullen dentro de nuestras mentes, a veces en forma impaciente, por no haber podido realizarlas totalmente. Será a una nueva generación liberacionista a quien corresponda, inspirada en este legado, continuar nuestra lucha.

Debe quedar patente el origen de nuestra filosofía. Debe quedar muy claro que lo que durante casi cuarenta años, soñábamos y deseábamos hacer para Costa Rica, se ha ido logrando, aunque todavía nos falte cumplir enteramente la promesa de eliminar la miseria en el país, Aún quedan muchos grupos a los que no llegó la lucha para remediar las condiciones sociales que les aflige; a ellos habrá que dedicar nuestros mejores esfuerzos en los próximos años, según los programas que ustedes recomienden en este Congreso.

Para todos los liberacionistas, el libro de José Figueres «Cartas a un Ciudadano» debe ser considerado como una obra de texto, ya que analiza y explica, punto par punto, nuestra Carta Fundamental. Son obras como ésta las que los estudiosos de este Congreso Nacional deben conocer, para explicarse el por qué de nuestra lucha.

Se ha vuelto al afán de lucro. Miles de funcionarios públicos sólo piensan en sí mismos y en sus ventajas personales y no se esfuerzan, en lo más mínimo, por ayudar al país. El despilfarro con que viven clases sociales, creadas por Liberación Nacional, hace cada vez más difícil el ahorro que permita la inversión que nos hará más productivos y eficientes. Pequeños caciquillos locales, que se aprovechan momentáneamente de la maquinaria electoral del Partido, creen ser dueños de un feudo al que pueden imponer sus ambiciones, ignorando nuestras tradiciones, nuestras ideas y nuestros programas, menospreciando a los más capaces y a los que sí sienten esta corriente ética que es nuestro Partido Liberación Nacional. Gobernantes incapaces y corruptos tratan de destruir nuestras instituciones, nuestros proyectos y nuestras realizaciones, creyendo que así destruirán a Liberación Nacional. Compañeros de toda una vida coquetean con los comunistas y se contaminan con ideas trasnochadas, totalmente contrarias a Liberación Nacional. Otros, de mente obtusa, buscan sólo el dinero fácil, sin dar lugar a la meditación, al estudio y al empeño de lograr el cambio social en Costa Rica, Algunos se han ido. Otros se quedan, pero el subconsciente los traiciona. Hace falta más protesta cuando atentan contra nuestros principios y nuestros logros. Acomodarse al gobernante de turno, por miedo a la represalia o para congraciarse con él, no ayudará en nada a nuestro partido ni a nuestro país.

La sociedad costarricense, creada por nosotros en los últimos treinta y tres años, está en la encrucijada. Si Liberación Nacional sabe plantear soluciones a los problemas que ésta vive, Liberación seguirá manteniendo la fuerza política y moral que le dio origen y que lo ha mantenido, hasta el día de hoy, como el partido político más fuerte, Pero si no corrige sus propios vicios y se encamina hacia la renovación de su propio movimiento, acabará como han acabado tantos otros movimientos: convertidos, apenas, en simples maquinarias electoreras.

El mal que hoy aqueja a nuestro país es la cobardía. Cobardía ante la destrucción de los valores innegables y de las instituciones y programas de nuestro movimiento, A las grandes mayorías les da miedo protestar y a buena parte de los dirigentes, le atemoriza luchar contra esos males. Unos por cuidar su fortuna; otros por cuidar su fuerza electoral, guardan silencio ante los atropellos que se cometen contra la sociedad y contra sus instituciones. La bandera de la protesta es la base moral propia de Liberación Nacional. Si no la mantenemos enhiesta y limpia nos la quitarán, dejando a las nuevas generaciones que sigan otros hombres y otras ideas. Señores miembros del II Congreso Nacional Francisco J. Orlich: no veamos sólo la crisis en que vivimos hoy, Levantemos nuestra mirada hacia adelante. Hacia el SIGLO XXI y hacia las tareas que nos esperan. Orientemos nuestras ideas en esa dirección. La filosofía liberacionista es permanente y vivificadora; los programas se acomodarán a la realidad nacional y de ellos saldrán los proyectos específicos. Pero no olvidemos que nuestro movimiento es algo más que una maquinaria electoral, pues nos mueve una mística renovadora que quiere llevarnos hacia una Costa Rica sin miseria.

Al poner el nombre de Francisco J. Orlich a este Segundo Congreso, Liberación Nacional ha querido honrar a quien, cumpliendo con sus deberes de Presidente de la República, no olvidó jamás su condición de liberacionista, ni se desvió de su pensamiento y su filosofía. José Figueres, Daniel Oduber y Luis Alberto Monge -ya Presidente Electo de Costa Rica- aspiramos a alcanzar ese mismo honor de nuestros compañeros, los que heredarán nuestra tarea de continuar la lucha por el cambio social en Costa Rica.

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