En Costa Rica, en los últimos años, los partidos han sufrido una lamentable decadencia. Hay culpa grave en los líderes, pero también en cierta indiferencia ciudadana. Se generaliza, peligrosamente, una actitud de rechazo y de culpa, al aceptar que los partidos están corrompidos y que la política es un oficio de delincuentes. Hay que rechazar esta afirmación. Recientemente, un amigo desilusionado de la política, me manifestó lo siguiente: «todos los partidos están corrompidos. No pertenezco a ninguno. Desde hace muchos años decidí nunca más volver a votar».
La ciudadanía, el derecho a elegir y ser electo, ha costado muchos sacrificios y millones de vidas humanas. Es una conquista superior del espíritu batallador de los hombres. Renunciar a ella es rechazar esa conquista histórica, la capacidad de los pueblos a lograr —por la vía de la paz— etapas superiores, tanto en lo material como en lo espiritual. Nadie tiene derecho a renunciar a la democracia. En la Atenas de la antigüedad, al ciudadano que no participaba en los asuntos públicos se lo consideraba casi como un delincuente.
El partido es una corriente humana que se desplaza y transforma a través de la historia democrática de un país. Sus líderes pueden corromperse o desaparecer, pero el partido, como organización del pueblo, no se corrompe jamás; el pueblo es incorruptible. Por eso, de vez en cuando, de su propia decadencia circunstancial, renacen alegremente los partidos, como le ha sucedido a Liberación Nacional. Floreció con Oscar Arias, logrando un triunfo significativo como partido, como agrupación ciudadana con un proyecto y una esperanza, demostrando así que el fundamento espiritual que le dieron sus fundadores hace casi sesenta años continúa presente en el corazón de todos los liberacionistas. El corrido a Pepe Figueres lo cantamos nosotros en 1948; lo cantaron nuestros hijos en 1968 y lo cantan nuestros nietos ahora, en el 2009. Es el mismo entusiasmo, la misma fe, el mismo río con aguas que se renuevan.
Ahora nos encontramos con una nueva sorpresa. En su convención interna, el Partido Liberación Nacional escoge a una mujer para aspirar a la Presidencia de la República. Por primera vez, en la historia política de Costa Rica, el pueblo, organizado en un partido político respetable, piensa que ha llegado la hora de que una mujer ocupe el más alto cargo representativo de nuestra democracia. Esta decisión es consecuencia de un duro y largo batallar. Es un importante paso hacia adelante en la conquista de los derechos ciudadanos.
Primero fuimos, durante más de cien años, una democracia solo de hombres. «El hombre en la plaza y la mujer en la casa». Luego, a partir de 1948, este Partido universalizó el sufragio y le dio condición de ciudadanía a los jóvenes, a partir de los 18 años, y a las mujeres. La democracia de la mitad del pueblo pasó a ser la democracia de todo el pueblo. Esta democracia política completa fue obra del Partido Liberación Nacional. Ahora, este Partido se levanta otra vez, orgulloso de su historia y con fe en su capacidad de construir un futuro mejor, y elige a una mujer para que ocupe la Presidencia de nuestra República.
Los viejos que acompañamos a Laura hemos observado, en esta convención interna liberacionista, el entusiasmo de la juventud, el floreciente renacer de un partido, de este histórico y glorioso partido. Casi todos los fundadores y dirigentes tradicionales se han marchado, dejando una vigorosa herencia que recoge la juventud con entusiasmo: fe en la democracia y sus leyes y en la posibilidad de construir una patria cada vez mejor. Y ahora, al mando de una mujer, casi una muchacha, que piensa en la necesidad de darle un mejor contenido a los derechos y libertades del pueblo. Una mujer que sabe que el poder es solo un instrumento para lograr, a través de él, un cambio positivo a favor de los más necesitados.
Es el principio de una nueva era. Los integrantes del grupo Raíces sabemos que este Partido es distinto al que fundamos. Ya no es nuestro porque pertenece a los hijos y a los nietos. Es distinto, pero continúa siendo el mismo. Se fundó sobre el disparo de los fusiles y se consolida con la suave brisa de la paz. Un nuevo horizonte se aclara para el futuro esplendoroso de la patria. Una mujer dirigirá mañana los destinos del país con una sonrisa maternal y solidaria, pero con la firme convicción de que se debe gobernar hacia el pueblo.
Fuente: Raíces
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